LOS VIAJES DE BALQUÖZZOR

martes, 3 de noviembre de 2009

sábado, 24 de octubre de 2009

II. AQUELLA MAÑANA EN AQUEL MUELLE.

Balquözzor había caído rendido en lo que el creía que era una cama, sus lagrimas habían ensuciado su cara, una mancha negra y sin forma, ya que sobre él caía el hollín de su choza, un montón de maderas viejas y tejidas de telarañas. Dormía y soñaba monótonamente como todas las madrugadas, pero al momento de profundizar el sueño, la misma pesadilla que lo asaltaba siempre se hacia presente. Fuego, una hermosa casa ardiendo, un conejo chamuscándose y el grito de alguien que se quemaba vivo, garras grises con blancas uñas desgarrando los carbonizados cuerpos, y luego una cara risueña llevándolo lejos del horror. Despertaba de sobresalto, sudado, y más adolorido, y como era la costumbre se quedaba contando los primeros ases de luz que escapaban de los agrietados tablones, y así se quedaba como todos los días, durmiendo bajo sus sucias sabanas, siempre oculto del mundo, y cuando no estaba ahí, igual permanecía fuera de la vista de los demás, siempre escondido debajo de su piel.
En ese mismo momento su abuelo, el viejo Kulldäror, comenzaba su paseo diario. Siempre lo hacia apenas asomaba el primer rayo de luz de Tylas, el creador errante dando la bendición al nuevo día. El salado aroma del mar y el ensordecedor canto de las gaviotas que seguían a los pesqueros en su matutino recorrido agrandaban con fuerzas el corazón del viejo marino. Kulldäror; gruñón viejecito, se apoyaba en su resistente corcel, un bastón de marfil elaborado con el colmillo de algún desdichado mamut. Era su tercer pie, el más hábil, la edad ya pesaba en sus grandes patas. El viento, el gélido viento del alba lo intentaba frenar sin poder lograrlo, ya que cada mañana era ritualmente atraído por el mar invitado a contemplar el puñado de barcazas que se alojaban en el precario embarcadero, el tercero en su efecto, ya que los otros dos pertenecen a las agrupaciones de pesqueros y balleneros que residen en la hermosa isla.
El lento caminar a través de la fría callecita hacia que su madrugador peregrinaje por los adoquines de la calle del bacalao, toda una odisea para el, fuese recompensado con su llegada al embarcadero. La corta calle humedecida por la brisa del mar refrescaba los descalzos pies del gnomo dentado. Su oscuro traje de veterano capitán y su gruesa gorra de piel de oso, un hermoso obsequio de un antiguo señor de guerra fenitchín lo hacían ver cada vez más gallardo. Sus canos y largos cabellos se agitaban bailando haciendo un merecido tributo al generoso espejo del cielo. Sus amarillos y enormes dientes jugaban con el color de su bella gorra completando así el cuadro, uno que se repetía todos los días. Kulldäror hacia honor a su apodo de viejo cascarrabias, ahora maldecía a la fragata, el chorlito, el cormorán o el pelicano que había osado ensuciar su precioso abrigo coreliano, que aves mas descaradas, que dirían los enanos en el reino de Corell al ver una prenda tan noble insultada de esta manera. Como una medalla quedó la mancha de excremento en el oscuro abrigo, nunca supo que la gracia la había cometido Mambrú, el papagayo del pequeño Rulpäzzor. Y así, todo defecado de pájaro bajó la corta calle hasta el embarcadero, y como siempre las hileras de multicolores casas de dos pisos adornadas con blasones caían cóncavas a sus ojos. Y como siempre en otoño desde los pequeños cercos de madera salían a observar al viejo Kulldäror uno que otro helecho, hinojo o alguna solitaria flor del frío. Todas las puertas eran de distinto color, todos los adoquines eran de distinto tamaño. Y cuando el vejestorio de su cuerpo por fin llegó al pequeño muelle donde descansaban los navíos, observó con sus rasgados ojillos una colorida barcaza, una de las cinco embarcaciones de la distinguida área mercante que era cargada con provisiones, una caja se detuvo y le habló.
- ¿Cómo estas Kulldäror?, ¿feliz con el regreso de Däybidzzor?- le saludó un pequeño gnomo barbado que llevaba una pesada y gigantesca caja con víveres que obviamente subiría a la aledaña embarcación. Debajo de la caja solo se veía parte de su pequeño uniforme azul.
-así es mi querido Olav, y esa carga tan pesada… ¿no deberían ayudarte por lo menos unos cinco mas?, debes cuidar tus débiles huesos.
-no es necesario, sabes muy bien mi estimado que yo tengo la fuerza de siete personas, no seis como los demás gnomos barbados, recuerda siempre mi amigo que los gnomos barbados rojos somos los fuertes.- y toco orgulloso su puntiagudo gorro rojo y con una encantadora sonrisa se asomó entre sus rosadas mejillas.
-mmm, así veo, ¿sabes del paradero de mi yerno?
-por supuesto que lo sé, hace un momento atrás paso con Wonndäror, deben estar donde Hess, ahora te debo dejar mi viejo amigo, quiero terminar pronto con esta faena e irme en búsqueda de una buena jarra de cerveza.
-gracias por el dato mi gran Olav, y no dejes de cuidar esa pequeña espalda.
Kulldäror siguió arrastrando sus patas por las crujientes maderas del embarcadero, ahora la brisa marina penetraba aun mas fuerte por sus fosas nasales, hinchándole el pecho y oxigenándole felicidad. Su vista comenzó a deleitarse con el trabajo de un marinero semibestia que silbando muy desafinado amarraba unos lienzos afanosamente. De raza era un purugud, de gris pelaje y caprino rostro, sus cuernos estaban tapados por un largísimo gorro albirrojo de dos puntas, mientras el hijo de yossel como así se hacen llamar los semibestias, se acomodaba en la cofa del palo alto para anudaba aun más alto el colorido lienzo, se interrumpió el mismo al darse cuenta que era observado, y con una malévola sonrisa comenzó a gritar.
-¡Kulldäror!, ¿ya te levantaste de tu madriguera para perder otra partida de cartas?- vociferó desde lo alto del pequeño navío haciendo gestos obscenos en el idioma de los marinos.
-¿por que no te devuelves a dormir viejo cascarrabias?, si no vinieras en bajada demorarías mas que una tortuga coja, ¡mejor vete a casa o volverás a enfermar tus viejos huesos!- gritaba de nuevo el marinero purugud, tan viejo como el mismo Kulldäror, rápidamente descendió por la escalera de cuerdas que se agitaba de lado a lado. Los purugud habían llegado del continente hacía mucho tiempo, fieros semibestias amantes del mar, sus cabrunas cabezas daban gran desconfianza, quizás hasta un poco de temor, pero con el tiempo, okam y muchos de los suyos se habían ganado el corazón de los insulares.
-¿aun no te mueres Kulldäror?, ¿Cuándo nos darás ese privilegio gnomo tonto?, ¡vete a tu casa a descansar tu horrible pellejo!
-engreído semibestia, tu sabes muy bien que el mar es mi hogar y solo descansaré cuando mi dios Nurmäled me leve con él… ¿Dónde están los demás?-le regañó el viejo gnomo dentado.
-en el magnolia, terminaré de atar este lienzo de aviso de embarque y bajaré enseguida viejo gruñón.
El hábil hijo de yossel se apresuraba, mientras abajo el paciente Kulldäror esperaba, contemplando y recordando sus tiempos de estibador y marino, de navegante y capitán. y como siempre por su mente revoloteaban imágenes de viajes pasados, galeras, barcos y hasta de su propia nave, el gran dirigible Cormorán Dorado. Los ya viejos y lejanos sueños comenzaron a naufragar en la mente de Kulldäror, todos ellos interrumpidos por la delgada sombra de purugud, que encendiendo un cigarrillo bajaba por el puente levadizo. Emanando humo de sus fosas nasales miró de reojo al gnomo dentado, y con aire despectivo se le hablo.
-tengo todo listo, ahora vamos a lo del magnolia, levo unos bocadillos de calamar que están de ballesta.-dijo Okam, el purugud, levantando un caliente paquete de papel con sus peludas manos. Kulldäror al olfatearlo soltó su bastón y aferrándose en una suerte de abrazo hacia Okam, el dió un fuerte manotazo a los cuernos, arrebatando incluso su alargada gorra marinera.
-viejo purugud idiota, hasta cuando me tienes comiendo esa porquería del mar, mas de una centuria intentando meterme en el hocico semejante inmundicia.
Okam se agachó a levantar el bastón y su albirrojo gorro del piso, y al ponerse de pie, escupió su cigarrillo y le contestó.
-¿y supongo que ya enviaste a dar lastima con el sufrido de tu yerno con solo un litro de esa agria leche de cebra?, que según tu es buena para la digestión, y para no arruinar las tripas y luego el trasero, los calzoncillos y los pantalones, el plato de fondo… los peor cocinados pastelillos de frutilla de toda la isla, cortesía de la amargada de tu hija, viejo gruñón y las reputonas de las remadres que te parieron.
Se miraron fijamente a los ojos, ambos iris chocaron en una actitud desafiante, por segundos tensaron el ambiente, pero sus muecas de disgusto comenzaron a desaparecer siendo sustituidas por unas hermosas sonrisas, y al mismo tiempo se volvieron a abrazar mucho más fuerte, y riendo como un par de chiquillos que se juntan al salir de la escuela. Caminaron hasta el tercer navío que estaba a la derecha del barco de okam, que irónicamente había bautizado como el Príncipe del Calamar.
Dentro de la bodega de carga del Magnolia, como cada mañana marinos mercantes de la segunda isla del archipiélago de la mano se reunían a tomar el desayuno del mar. Un gran banquete auspiciado por ellos y para ellos mismos. Pero para que tuviera un carácter oficial era un rendido tributo a los dioses que cuidaban a todos por igual, ya sean hombres, gnomos, enanos, elfos, hijos de yossel o lo que fuera, ya que entre ellos hasta un oso hormiguero estaba dormitando a los pies de un calvo y orejón gnomo snupda llamado Hess, que como todas las mañanas hacia de anfitrión en el Magnolia. Hess Tardast era el capitán del Magnolia, su sonrisa no se lograba distinguir a causa de su grueso bigotón rojo. Sus lilas y temblorosas manos intentaban coordinar lentamente los movimientos necesarios para llenar una gran pipa con tabaco, si le sumamos eso a que siempre tuvo un problema de motricidad fina debido a una desventura con una criatura en altamar, el resultado obviamente sería desastroso. Pero eso no era su único problema, a esta hora de la mañana estaba muy bebido y eso ocasionaba que sus parpados estuviesen mas cerrados que abiertos, en resumen un gran capitán. A un costado de Hess, el recién saliente de guardia Wonndäror abrazaba y brindaba a viva voz a su gran amigo Däybidzzor, que acababa de llegar del continente aldyriano. Däybidzzor, yerno de Kulldäror bebía la agria leche de cebra que le servia Drindäzzor un importante mercader pesquero de la isla. Toda la gente reunida, tripulantes del Magnolia, el Príncipe del Calamar y de la Quilpörina enamorada celebraban el feliz regreso de Däybidzzor, que esta vez volvía a ser famoso. Entre ellos tres hombres debawneses muy bien armados saludaban con sus vasos haciendo reverencias al ilustre gnomo dentado, ellos eran Tirohimi, Tasanaki y Hironusa, todos alumnos del afamado maestro Tahiro, gran guerrero Debawnés, se rumorea que su peor alumno, fue quizás Rulpäzzor. Los tres debawneses cumplían su acuartelamiento en el archipiélago de la mano y patrullaban las islas a bordo de la Quilpörina Enamorada, cuyo capitán era eL experimentado enano Torbaldo, un viejo mercenario de la isla de la sombra. Otros dos enanos de la isla de la sombra; Hantorrin y Krimaldú, que discutían afanosamente por el sabor de la cerveza con los alnianos Kuda y Raguta, estos dos hombres de negra piel y coloridos cueros de animales eran el contramaestre y el primer oficial del Magnolia. En otra mesa igual de ebria lesnilet, un elfo dantöriano relataba antiguas historias del gran continente de Aldyr a unos casi borrados gnomos dentados, mientras sus jarras eran llenadas nuevamente por Gazak, el purugud vigía del Príncipe del Calamar, que le encantaba repartir a diestra y siniestra jarrones de la negra cerveza debawnesa.
-me parece que hace mucho rato esto dejó de ser el desayuno en honor a los dioses, ¡esto ya es una libertina borrachera!, de marineros de leche a piratas de alcohol.-refunfuñaba el viejo Kulldäror.
-y que mejor para pasar el amargo sabor de la cerveza que picotear unos exquisitos bocadillos de calamar.- clamó Okam, levantando la voz en el multitud de voces.
-¿¡otra vez calamar!?- gritaron todos al unísono. Y en menos tiempo de lo que demora una gaviota en sacar los ojos a un mentiroso, el siempre fumador de okam quedó lapidado con pastelillos, higos secos, frutillas mordisqueadas y cuescos de ciruela.
Marineros, pescadores, estibadores y comerciantes de a poco llegaban al Magnolia y de su bodega una emergente neblina se asomaba, pero no era cualquier neblina. Era el dulce y aromático humo del tabaco nuevo. El alegre ruido de taberna y las estruendosas carcajadas brotaban sin ningún prejuicio.
La luz del día saludaba y tocaba lentamente toda la isla avanzando lenta y alegremente. Cada casa, cada calle, cada adoquín, matorral y árbol eran bendecidos por la luz y el calor del siempre benévolo Tylas, el creador errante. Todo esto era muy agradecido ya que en esta época de otoño, el clima y sobretodo la temperatura comenzaban a ser esquivos. Todo esto lo sabía muy bien Balquözzor, que aun estaba en cama tratando de dormir y reponiéndose de su traumático suicidio-cumpleaños y también de una nocturna incursión al bar de Blogolf, el que era considerado el peor antro del lugar, lleno de trafico y consumo de nürmapola, la planta alucinógena que se cultivaba de forma clandestina por toda la juventud de la isla. Aun así, a esa hora los ronquidos de Balquözzor eran contrastados con el ruido que hacia la gente al salir de sus hogares a trabajar en las diferentes actividades de la isla, tales como la pesca, el comercio, la recolección de mariscos y crustáceos, la pequeña agricultura, además de los talleres aledaños al astillero principal donde se reparaban los botes y barcos. También eran muy visitados por las nobles familias debawnesas, que gustaban de viajar hacia las islas, sobretodo a las partes mas boscosas y a los puertos mas cosmopolitas, ya que en el archipiélago de la mano avía mucha mas variedad de credos, razas y costumbres que en debawn, por eso a los debawneses les llamaba mucho más la atención, así que se podía hablar de un incipiente turismo.
La cada vez más borracha multitud del Magnolia, comenzaba a acosar con preguntas a Däybidzzor, mientras este repartía cartas, notas y devolvía dinero en nombre de algún distante o difunto deudor. Que te devolvieran dinero que habías prestado hacía tres años, eso si que era verdadera magia. El clamor era masa de voces y sonidos guturales, solo los clinks de los jarrones o el glug-glug de las traqueas llenas de cerveza se alcanzaban a distinguir. Hess se paró en un barril y comenzó a calmar el entusiasmo que comenzaba a hacer de las suyas. Ya habían fuertes discusiones, jarrones rotos y uno que otro puñetazo ya se había dado en algún desprevenido mentón.
-¡¡¡muchachos!!! Calmemos nuestro indómito espíritu marinero por un momento.-gritaba el gnomo snupda de lo alto de aquel tonel. Con apenas los ojos abiertos.
-hoy es un gran día, hoy está de regreso nuestro querido amigo y compañero Däybidzzor, y así como el, de a poco muchos de los nuestros comenzaran a volver. El tiene mucho que contarnos, pero debemos mantener la calma, el esta cansado y sus relatos también, si alguien tiene derecho a preguntar algo, no es otro mas que el viejo cascarrabias de Kulldäror, su suegro. Pero antes de que es feo y decrepito viejo hable, debemos recordar a aquellos que en algún momento de nuestras vidas compartieron momentos maravillosos con nosotros y hoy lamentablemente ya no están. Así que ahora brindaremos por nuestros caídos, y que sean los dioses quienes los tengan que soportar en sus sagrados salones.
Hess se puso cabizbajo y sus cerrados ojos se envolvieron en tristeza. Dos grandes lágrimas titilaron desnudas sobre sus mejillas, con sus dedos de hermosos color lila abrió lentamente una fatal lista que mecía los nombres de gente que conoció viva, y ahora las mencionaría como muertas. Era cosa de los dioses, ellos disponen, los mortales cumplen, y morir era una de las últimas disposiciones de los amados dioses.
-ahora levanto la frente y les pido a cada uno de ustedes no respeto, recuerdo; no dolor, esperanza. Y no debemos lamentarnos más, debemos clamar por los ahora libres espíritus de nuestros amigos y parientes. Primero pido un gran salud en honor de mi primo el gnomo snupda Hurr Snopsa.
-¡salud!- dijeron todos al mismo tiempo, y juntos como en una lúdica coreografía secaron sus jarrones.
-ahora en esta infame lista, es el turno de recordar a la gran hechicera Nagarnét, bella mujer rönnk dantöriana.
-¡salud!- se volvió a escuchar, y otro jarrón llenito de cerveza se bebió cada uno saciando la pena.
-ahora es el turno del pequeño pixie Billy, el mejor arponero de Korpundia, amigo de todos los aquí presentes.
-¡¡¡saaaluud!!!- brindaron ya tambaleando las piernas, era el tercer jarrón de cerveza, sumando era aproximadamente un litro y medio de aquella amarga bebida, digerida de igual forma como un demonio errante bebe sangre en el desierto.
-un gran salud, salud para mi querido rob estofado, un gran vigía, un noble entre nobles, jamás he conocido a un trasgo peludo con mejor vista que el, yo creo que… lloraré un poco, eso si… espérenme un poco, voy a cubierta y vuelvo, tengo que orinar, aquí no puedo… estoy muy triste…yo.- se desvanecía Hess.
-hay que ir por más cerveza, todos no alcanzaran a hacer el salud de nuestros mártires… y eso es de mala suerte-decía supersticiosamente Wonndäror abrazado a un pilar.
-pero sigamos con el destilado de pimiento, los que alcanzaron cerveza, bien por ellos, los demás a ponerse sal en la boca- vociferó el bravo enano Torbaldo, que aún pasaba la lengua en lo que quedaba de espuma en su jarrón.
Luego de un momento Hess bajó mucho más mareado de lo que subió, el aire marino en la mañana era muy traicionero y había potenciado su borrachera al nivel más alto. Seis fuertes brazos penosamente lo levantaron colocándolo desordenadamente sobre el vacío barril de cerveza. Los que no alcanzaron cerveza en este salud o salud como decían algunos. Tuvieron que llenar sus bocas con sal, el destilado de pimiento era tan fuerte que rompía las papilas gustativas y hacía sangrar la punta de la lengua. La sal cicatrizaba las heridas, “de gaviota” como decían los marinos.
-yo… ahora… otro salud para gruñidos… el mejor cocinero krong de Quilpöros… el más grande hijo de Yossel que haya cocinado jamás, un salud todos mis amigos… los quiero muchoo… a la una, a las dos.. Y aaaa las…. Y aaaa… por Rob Estofado… se me olvidaba… de nuevo, de nuevo... a la una , a las dos y a las tres…-y al decir esto Hess Tardast capitán del Magnolia bebió hasta el fondo su jarrón de cerveza.
-¡shaluud!-gritaron todos.
-¡por los cocineros!, -gritaban algunos.
-¡por los vigías!- decían otros.
-¡por el destilado!- gritó alguien más osado.
-por que ya no tengo garganta para aguantar esta porquería que quema.- tocia el gordo mercader de Drindäzzor.
Los que bebieron cerveza aún estaban invictos, firmes como álamos en la tempestad, mientras los que habían bebido aquel combustible para lámparas llamado destilado de pimiento tosían y hacían arcadas llorando y maldiciendo.
-Ahora mis camaradas… antes de que… alguien más muera por el destilado…, haremos un último salud… por el músico Armöiden y los guerreros kristof de kalendia y un tal tragatripas… o sea quitaremos por lo menos dos años de nuestras expectativas de vida por beber destilado de pimienta por un acrang y un vedasín que no conocíamos… así que con valentía… y frialdad… mis queridos amigos… tomen su puñado de sal y…¡¡¡shaluud!!!- gritó heroicamente Hess antes de mandarse el taconazo de destilado.
-¡¡¡Shaluud!!!- contestaron todos, y así el segundo trago de destilado de pimiento fue peor que una lluvia de flechas, muchos cayeron al suelo con la sonrisa característica del silfo caído al alcohol, solo los que habían bebido cerveza antes del segundo jarrón de destilado permanecían en pie, fuertes, viriles, bueno casi, ya que tambaleaban de un lado para otro. Hess había caído arriba de Ringo, su fiel oso hormiguero. Y como castigados por los dioses simulando una gran matanza muchos cuerpos se retorcían en el piso del Magnolia. La mayoría con convulsiones y ataques etílicos múltiples. Däybidzzor aprovecho la ocasión para tomar unos pergaminos que llevaba ocultos en un bolso, y con mucho trabajo logró sentarse en el tonel, en el que momentos antes había caído valientemente cumpliendo su labor de anfitrión, el glorioso capitán Hess Tardast. Däybidzzor pacientemente esperó que volviera la calma. Okam estaba feliz, sus grasientos bocadillos eran devorados por los casi moribundos bebedores del infame licor. Kulldäror se puso de pie apoyado en un ahora tembleque corcel de marfil, y con los ojos brillosos miró a Däybidzzor y le dijo…
-¿Es una carta de mi hijo lo que traes en la mano?
-Así es, y ahora por favor todos presten atención que leeré el gran relato que escribió Rulpäzzor para todos ustedes y en especial para usted suegro, y dice así…

martes, 23 de diciembre de 2008

         Antílope de la Llanura entrando en el Mar Temerario.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

LOS VIAJES DE BALQUÖZZOR,

I. EL ESPERADO RETORNO DE DÄYBIDZZOR.

En un mar enfurecido, de soberbias olas que hieren como gruesas espinas.
En un mar despechado por los otros mares, como si tuviese un corazón de odio rodeado por mareas de fuego.
En un mar oculto en una eterna neblina, agazapado como un cazador que acecha en la penumbra.
En un mar enamorado, que sueña a cada momento con los respiros de sus barcos.
Que sueña a cada momento con los fieles gritos de sus aves.
Que sueña a cada momento con el cantar de sus emborrachados navegantes. Que sueña a cada momento con el veloz agitar de sus profundas aletas.
En un mar querido y ensoñado.
En un mar lejano y desterrado.
En un mar espeso como las mismas barbas de sus dioses marinos.
Un mar del norte caído del negro cielo.
Así es este mar; el Mar Temerario.

Era la vigésima vez que intentaba suicidarse, cobardemente lo había intentado desde que tenia seis años.
Contemplando el mar en la fría noche notó a lo lejos los fúnebres barcos de la procesión de los magos, todos los años se llevaban lo malo arrastrándolo con ellos. El agua comenzaba a iluminarse con las velas que iban dejando a su paso, y en lo oscuro de la costa, Balquözzor quería ser arrastrado de ese lugar por el sagrado arte de la magia. Triste y desolado veía como las luces iban rodando entre las olas, perdiéndose en el rastro de tan mágico cortejo, y como en ocasiones anteriores, otra vez había sido ignorado. Siempre era ignorado, como cuando cruzaba una puerta, un aire frío pasaba con él, la gente bajaba la voz, lo miraban de reojo y cambiaban el tema de conversación, ese era el lamentable destino de un maldito, el único maldito que se conocía y que se tenía recuerdo en la Segunda Isla del Archipiélago de la Mano.
Pobre Balquözzor, todos los años en la misma fecha se preparaba para viajar en un suicidio, pero nunca lo lograba, sólo tenía el frío y el dolor de entrañas con él. Y en sus manos, una pipa untada con cenizas y nürmapola esperando ser absorbida. Al prenderla veía de más cerca las luces del mar, las estrellas se ocultaban en las nubes y la gente acallaba más su voz dentro del bar. Todos estaban adentro, solo él afuera en el muelle contemplando su muerte que nunca ocurría. Aspiró la nürmapola, su melancólica droga favorita y viajó. Los colores blancos y rojos de un calcetín arrojado en el suelo comenzaron a envolverlo, el demonio de una lámpara lo tomó y lo balanceó de aquí para allá, mientras las piedras pestañeaban cada vez que él las miraba. Sonreía cuando una pluma con forma de muchacha lo besaba haciéndole cosquillas en el mentón. Flotaba en la música, las voces y el bullicio del bar, y al bajar la dosis, la sensación de angustia y necesidad comenzó a invadirlo, el alcohol y el sueño surgían efecto, y sus pies por inercia comenzaban a arrastrarlo con dirección a su lecho, igual que siempre, esclavo de su monotonía, sólo seguido por su penosa sombra y un poco de porfiado humo de su pipa.
Mucho más allá de las olas que golpean en la Segunda Isla, en un violento navío que llegaba al Mar Temerario, no se podía ver más allá de su proa. La nocturna garuga de tan recio mar caía sobre la cubierta de aquella vieja embarcación humedeciéndola con su bravura. El bauprés de la lenta nave cortaba la bruma como un moribundo que se adentra en la profundidad. Sus velas de verticales colores esmeralda, amarillo y marfil revelan su lugar de origen: Kligeria.
El viaje desde kligeria hacia las islas del Mar Temerario es muy largo y cansador, con muchas paradas. Cruzar el gran Océano Azul es toda una epopeya, una gran empresa, sobretodo para Däybidzzor, el gnomo dentado, que contempla desde la cubierta del “Antílope de la Llanura”, una gloriosa leyenda viviente del reino kligeriano, la ahora oscura inmensidad del mar. A pesar de la larga y costosa travesía, Däybidzzor el gnomo dentado se había hecho muy rico, había participado, aunque a la mala en muchas batallas, y ahora vuelve victorioso de la guerra convertido en un importante emisario. Ahora volverá a ver a su esposa e hija, aunque no sabe con exactitud de que sexo fue su segundo hijo, ya que Rumälinna su esposa, estaba en cinta cuando desafortunadamente la tuvo que dejar. No se preocupó mucho por ellas, por que su amada esposa, su hija Nandörinna y el futuro bebé quedaron muy bien cuidados a cargo de Kulldäror, su suegro y también padre de Rullpäzzor, su cuñado y capitán del afamado dirigible “Cormorán Dorado”, en el cual había estado sirviendo de contramaestre todos estos años.
La nocturna conversación de los crujientes tablones del barco, y el fuerte sonido de las batientes velas contrastaban con la serena e inmóvil figura de Däybidzzor. Una melancolía lo abarrotaba desde sus entrañas, pero no era cualquier melancolía, esta era una melancolía feliz, ya estaba llegando a casa. Y así también lo notó el “Antílope de la Llanura” que también navegaba feliz, porque del yermo mar saltaban a sus costados celestes delfines que lo escoltaban alegremente. Eran hijos de las olas que refullían del agua, cantando, riendo, bendiciendo. Ninguna diatriba salía de sus cantos, sólo mágicas canciones que desafiaban al viento, y este solo contestaba agitándote los cabellos. Mucha magia y mucha felicidad, así lo sentían Los grises cabellos de Däybidzzor que huían de la solapa de su abrigo. El ya no sentía frío, la felicidad se lo había quitado por completo, llegaría dentro de la noche a su hogar, a la Segunda Isla del Archipiélago de la Mano. La espera y la templanza hacían que sus dedos se aferraran a la madera como a una segunda piel. Mucho tiempo había estado aquí en el barco. El Antílope de la Llanura le había arrancado un pedazo de él, un buen trocito, y él al mismo tiempo se llevaba un fragmento del navío insertado en su memoria para siempre. El olor de la flotante sal marina había despertado su apetito hacía un rato, y se preguntaba cuanto faltaría para comer, ya que el sonido de sus tripas reclamaban con prurito la cena.
-Lamento interrumpir su nocturno contemplar mi señor Däybidzzor.- dijo a sus espaldas un recio guerrero kligeriano portando oportunamente una bandejita de delgado mármol con relucientes y tallados bordes de plata. Däybidzzor rápidamente se volvió hacia él y con una elegante sonrisa se reverenció.
-No me interrumpe en nada importante mi valiente marino. ¿Esa bandeja que traes, es para mí?
- Así es vuecencia, ya es tiempo de vuestra cena, y como exclusivo pasajero del “Antílope de la Llanura” os lo he traído aquí a cubierta como es de costumbre, entiendo que usted no bebe vino como el resto de la tripulación, además a la hora de comer, todo es muy inquieto, mesas llena y la tripulación que se pone un poco incontrolable…-
- No tiene que darme tantas explicaciones, y como todos los días no debieron molestarse, dígale a su capitán que tendrá de mí y del reino élfico de Rask, las mejores referencias, su rey estará muy orgulloso de todos ustedes mi buen…-
- Ombe mi señor, mi nombre es Ombe.
- Gracias nuevamente Ombe, la realidad de las cosas es que siempre he tenido la tendencia a confundirlos, apenas los diferencio por sus joyas y sus aros incrustados en la piel, o a veces por el largo de vuestras negras cabelleras que tanto adornan.
- Se que es así mi señor, los guerreros de mar llevamos mucho más dote de los dioses en el cuerpo que nuestros hermanos que lidian en libres en isla firme.
-¿Sabias que nunca me he cansado de escucharlos a ustedes hermosos kligerianos hablar de su pueblo?, cada día me sorprendo mas de su hermosa cultura, sobretodo de sus guerreros y el gran deber que llevan consigo de mantener las aguas quietas en Kligeria, debe ser un gran orgullo para ti llevar las cicatrices de los dioses en la piel para asustar al enemigo.
-no es cualquier cicatriz la que ahuyenta al guerrero enemigo. La escarificación facial kligeriana es parte del ritual de ingreso a las legiones del buen rey Damtú II, y solo es exclusiva de ellas, los adornos como ustedes, los extranjeros les llaman, aretes y joyas que me ha visto cada día llevar sobre mi rostro y cuerpo no son cualquier cosa, son Kujakas, grandes grados de valor, mientras más arrojo y valentía tenga en el combate, más Kujakas recibiré. Tienes que ser un veterano de muchas batallas para tener unos como estos, con otros victoriosos combates en mi cuerpo, pronto pero muy pronto llegaré a ser capitán. Así, de esa manera sacaré estas rojas gemas de mis cejas para cambiarlas por unas de color verde, luciendo como un verdadero halcón bantú. Al ser capitán, mi cabello tendrá derecho a crecer más y así podré enroscarle más piedras y anillos de enemigos caídos.
- Vaya, más largo aún… te veras mucho más fiero mi querido Ombe, te deseo mucha suerte en tus proezas y que tengas una vida larga y buena, agradezco que seas incluso mas parlón que tu propio capitán. Pero dime una cosa, ¿Es verdad que kligeria volverá a entrar en el campo de batalla nuevamente? ¿Donde irán sus héroes a luchar esta vez?
- Los leones amarillos rugirán de nuevo en el sur de la gran isla de la divinidad, una fratría de alnianos sigue en armas atacando las marcas fronterizas de Damtú II, también galeras de orcos nahabuk han estado abusando del pillaje en nuestras aguas, y por el norte hay ricos islotes de plomo, sal y bronce que los marinos de Gridd-Alth y el propio reino de Anarial han estado explotando libremente dentro de nuestro territorio. Eso nos pasa por vivir tan cerca del agresivo continente de Aldyr.
- Nadie elige donde nacer, pero si puedes elegir por vivir en paz, pero despreocupa, el reino de Kligeria siempre escuchará los epinicios de sus doladores ejércitos.
- eso es cierto mi señor, siempre seremos un bastión indomable, ahora si me lo permite, que disfrute usted la cena.- y al decir esto el halagado Ombe se reverenció y se dirigió rumbo a las bodegas a seguir cuidando de la estiba del barco. Däybidzzor contesto de igual forma la reverencia y tomando la bandeja se fue a la popa a comer. En la bandeja había un gran trozo de carne de búfalo salada al ajillo, en ese estado duraba mucho más tiempo de lo normal, quizás años sin que un solo gusano llegase a tocarla, también para la alegría del gnomo dentado muchos damascos, dátiles, murtas y ciruelas se entrelazaban coquetamente rodando de aquí para allá. En la delicada boca de Däybidzzor, una gran sonrisa se dibujó al mascar una enorme ciruela. Este fruto le trajo el mismo acido olor de los rojos ciruelos que adornan los palacios del reino de Kligeria. Fue todo un acierto que Rulpäzzor lo designara como emisario de paz en nombre del gran reino élfico de Rask. Que gran responsabilidad tuvo a su cargo, recorrer los reinos insulares de Dumbawa, Somuba, Alnia, Kligeria y finalmente su amado Archipiélago de la Mano para que apoyaran la causa de Rask en contra del reino élfico de Krisälia y sus aliados por todo Aldyr.
Pero lejos del protocolo y la diplomacia, de todos los lugares que le tocó visitar al emisario de paz Däybidzzor, fue Kligeria su favorito. Cada día un sueño distinto, un día recostarse a dormitar sobre jardines de aromos, otro día viajar por las nubes respirando el perfume de los lirios y las tímidas violetas que siempre se ocultan bajo las hierbas de los jardines del gran Templo de los Leones. Otro día pasear por las calles aledañas al palacio real de Tambemuj y ver como los niños encaramados juguetean en las largas palmeras que estaban felices de parir tan sabrosos dátiles. Y al visitar sus ciudades, más de una vez se detuvo por horas a escuchar los cantos y los griteríos de millares de loros, papagayos y tucanes que alegraban el corazón de todo aquel que los visitase. Y que me puedes decir de las gratas charlas con los sabios chamanes que debaten en los consejos públicos. Que buena gente son los kligerianos, y que suerte tuvo Däybidzzor de vivir en un palacio y tener permiso para saborear todas sus maravillas, ¡Abran paso al emisario de Rask!, ministro de paz Däybidzzor, el gnomo dentado, contramaestre del Cormorán Dorado, poderoso dirigible cañonero al servicio del reino de Rask, vencedor en las guerras contra Krisälia, los smirlnots y los salvajes rönnks…dicen que fue muy bravo y muy aguerrido, y que el mismísimo Lord Duöl lo condecoró y lo bendijo. Si, y mira que gallardo es su andar, se escuchaba en los salones de los blancos palacios y en los coloridos mercados. Y el solo pensaba que antes era Däybidzzor, cuñado de Rulpäzzor y yerno de Kulldäror. ¿Echaré de menos tanta fama? Pensaba mientras bebía el jarrito de agua… ¿Echaré de menos pasear entre las tumbas de sus héroes, sus hermosas fuentes y sus colosales estatuas? Todos dirían que si, pero él en verdad no, por que por sobretodos las cosas extrañaba a su familia y odiaba el continente, sobre todo a Rask, y a las estúpidas guerras, y a los dioses de allá y a los de más allá. Däybidzzor solo quería llegar a casa a implorarle a su dios Nurmäled, el ladrón de sueños por tener un buen día de trabajo y dedicarse a ver todas las tardes la llegada del crepúsculo, o cuando el día se suicida arrojándose al mar como cantó una vez un loco bardo que simuló su muerte, y luego fue enterrado frente al gran océano.
-¡Llegaremos a la Segunda Isla pasado el primer tercio de la madrugada, mi señor Däybidzzor! – le gritó desde lo alto el vigía.
-¡Que bien! Iré a prepararme, tendré que hablar junto al capitán para pedir el permiso de entrada a la ninfa. – dijo Däybidzzor mientras desenredaba y quitaba de su gris cabellera pequeñas migajas de la seca carne.
-¡Lo que usted diga será una orden para nosotros mi señor!– le respondió el sombrío vigía.
Däybidzzor bajó a su camarote. Tenía listo su equipaje, antes de entrar al Mar Temerario se había dedicado a ordenarlo, a demás ya tenía todo clasificado, su ropa, los encargos de Rulpäzzor y el resto de la tripulación del Cormorán Dorado, las bitácoras, los mapas, las nuevas cartas de navegación, uno que otro pergamino suelto y en especial los regalos para su familia. Y cada vez que los veía se daba cuenta de qué hermosos presentes les traía.
El viejo navío kligeriano ya estaba muy adentro de lo que hoy es conocido como el Mar Temerario, lugar donde residen muchas culturas y pueblos como el gran imperio debawnés, entre muchos otros. Todos ellos por ser habitantes de islas son grandes potencias navales que cuidan conjuntamente con celo su pedazo de mar.
Y como un leve cambio de clima Däybidzzor supo que ya estaba llegando al Archipiélago de la mano, ya que ahora la noche comenzó a acariciar a una débil niebla, mientras el Mar Temerario mecía más lento la decorada piel del barco. Y estando a bordo por última vez, Däybidzzor se topó con los grandes rostros de los antiguos dioses que protegían Kligeria. Y se despidió de las sagradas runas talladas que eran visibles de estribor a babor. En lo alto del mástil, del llamado palo mayor, una gran cabeza, un antílope enfurecido, que siempre miraba desafiante a quien osara cruzar la vista con él, le ofrecía su último aliento inerte. Aparte de lo exquisitamente tallado de toda la madera, no podía dejar de maravillar la gran cantidad de piedras preciosas incrustadas a lo largo y alto de toda su onírica estructura, que ahora brillaban mucho más sonriendo al gnomo dentado.
Ahora Däybidzzor subía a la cubierta cada vez más feliz, regresaba a casa después de mucho tiempo. Se preguntaba cómo sería recibido por su familia y pensaba además que con el dinero y la fortuna que llevaba consigo podría vivir sin ningún problema y para siempre junto a ellos, junto a todos sus amigos, junto a su pueblo, junto a su isla, la Segunda Isla del Archipiélago de la Mano, lugar donde residen actualmente la gran mayoría de los gnomos dentados, grandes aliados de los debawneses. Däybidzzor era ahora un connotado gnomo dentado. Los gnomos dentados, qué aventurera raza, ávidos en la magia, altos, delgados, velludos de piel. Siempre vistiendo esa gruesa ropa para soportar el desgarrador frío marítimo. Siempre adornando sus sonrisas con ese gran par de incisivos, de allí su nombre de dentados, porque si fuese por sus respingadas naricillas serían llamados respingados, pero hay muchas razas con narices así. Y si fuese por sus rasgados ojillos, ¿cómo serían llamados?, ¿los cortos de vista?, ¿los con humo en los ojos?, ¿los gnomos debawneses?, no, los hombres debawneses tienen la piel amarilla, los gnomos dentados la tienen rosado pálido. Y mientras corría de aquí para allá, el largo pelo gris de Däybidzzor volvía a juguetear con la brisa, no dejando ver inclusive sus largas y puntiagudas orejas. Däybidzzor poco a poco ya había borrado de su mente el recuerdo de todos los viajes anteriores, del dirigible, de su alocado cuñado, de las amargas batallas, de la hermosa Kligeria y de todo lo que envolvía al gigantesco continente de Aldyr. Ahora Däybidzzor sólo pensaba en casa, no en elfos, hombres, enanos, orcos, smirlnots, silfos… no señor, nada de eso, sólo en su hogar, Däybidzzor estaba en cubierta cada vez más feliz.
A lo lejos se divisaba la luz de un pequeño faro, a esa velocidad quizás a un par de horas allí. En el Antílope de la Llanura la tripulación se alistaba para pagar el tributo de entrada, era un rito algo más simbólico, ya que en las islas del Mar Temerario hacía mucho tiempo que no ocurrían guerras, ni nada de eso. El tributo generalmente lo recibe algún elemental que da el permiso de ingreso a las islas. En este caso en la Segunda Isla del Archipiélago de la Mano, el elemental a cargo era una ninfa y esta no tardaría en emerger del mar reclamando el pago. Pobre del que se niegue a pagar, acabar en el fondo marino no cuesta nada si te atraviesas con un poderoso elemental, así que es mejor evitar cualquier problema. Siempre es recomendable pagar.
Hasta que finalmente el navío como bloqueado por una barrera de coral se detuvo en medio de un fantasmal silencio. La bruma desapareció ahuyentada por las estrellas que decoraron la noche como luciérnagas titilantes, de la blanca espuma de las olas, un cristalino sonido daba la bienvenida a la ninfa que emergía como recién parida por el agua, su larga cabellera negra se contorneaba como voraces anguilas, su blanca piel era apenas cubierta por una transparente seda y una verde alga jugaba como un espiral por su voluptuoso cuerpo. Ambas manos estaban atiborradas de collares de perlas y otras piedras preciosas. Sus manos estaban palma con palma junto a sus enormes pechos. La visión era hermosa y la asombrada tripulación, exceptuando a Däybidzzor que ya la había visto antes, no podía cerrar la boca. La ninfa abrió sus verdes ojos y con su acaramelada voz les habló.
-¿De dónde sois?, ¿qué venís a hacer aquí?, ¿y quién es vuestro capitán?
-Somos la tripulación del Antílope de la Llanura, navío de guerra del reino de Kligeria, venimos en son de paz transportando a Däybidzzor, gnomo dentado habitante de la Segunda Isla del Archipiélago de la Mano, yo estoy a cargo de su escolta… Capitán Noko a vuestro servicio mi señora.
-así que habéis vuelto a casa mi querido Däybidzzor un poco más viejo y un poco más cansado.
-Así es mi señora, pero hoy estoy más feliz que nunca.
-Se habla mucho de ustedes, de la guerra en el continente y de Rulpäzzor.
-Mi cuñado quedó allá, está bien, tuvimos algunas bajas en la tripulación, pero la mayoría sigue viva.
-bien por ustedes, los que aun sobreviven en este hermoso mundo mi viejo amigo, saluda a Kulldäror y te doy muchas felicidades por el muchachito, él está muy orgulloso de su nuevo nieto.
-¡¡¡Es un chico!!!, ¡¡¡genial!!!, gracias por la noticia mi querida ninfa.
-No hay de qué mi buen gnomo.
-Entonces no tengo tiempo que perder, tengo un hijo, ¡un hijo!, nos estamos viendo, gracias mi buena dama.
-Señor Däybidzzor, ¿puede preguntar de cuánto es aproximadamente el pago del tributo?, no quiero parar en el fondo del mar… usted ya sabe… elementales… tributo… no pago de tributo… muerte horrible en el fondo del mar… comida kligeriana para peces… y todo lo demás. –Susurró nerviosamente el afligido Noko.
-Oh sí, que olvidadizo soy… mi querida ninfa, me puede decir el precio del tributo de…
-Sólo arroja una perla, y me daré por pagada. –Le interrumpió ella.-Y dile a ese capitán que se calme, que acá en el Mar Temerario los elementales somos mucho más relajados que en otros severos mares.
-Gracias mi querida dama, Noko ya escuchaste a la ninfa.
Noko aliviado sacó del grueso cofre que tenía a sus pies, una hermosa perla, de esas que se les ve el nácar a la luz, la contempló por última vez y la arrojó a las manos de su nueva dueña.
-Sed bienvenido a la Segunda Isla del Archipiélago de la Mano Antílope de la Llanura, ahora abrid todas las velas, el viento los llevará a puerto más rápido.
Y al decir esto, ella cerró sus suaves párpados y nuevamente se sumergió acariciada por las aterciopeladas manos del mar, que como dedos de un enajenado violador recorrían su piel, pero su piel era de origen divino y sus cabellos la esencia misma de la salada agua, negras algas delicadas que flotaban entre las últimas burbujas del gorgoteo, así se despidió Gabrielle, la ninfa del mar, y los kligerianos nunca más la volverían a ver.
El Antílope de la Llanura había abierto todas sus velas, las coloridas lonas de los tres palos alineados comenzaron a tiritar. Era el céfiro de la escasa niebla que se había comenzado a juntar, compactándose de tal forma que dio a luz a un hermoso elemental. Por esos lados le llamaban Efraín, de crespos cabellos de nube y grueso rostro. Aspiró el salado viento y sopló tan fuerte que el Antílope de la Llanura casi se desarmó. Ahora mucho más rápido llegaba a puerto, quedando en la mitad de la hermosa Bahía Blanca.
Desde el farol oriental le hicieron señas para que atracase junto a ellos. El recién llegado Antílope de la Llanura tenía que reportarse con la autoridad marítima de turno de la gran Bahía Blanca. Aquí no se pagaba ningún tributo, sólo se llenaba planillas y formularios. En otras islas a este rito le llaman burocracia.
-Señor Wonndäror, no logro reconocer esa bandera. –alegaba un poco experimentado gnomo dentado vestido con un impecable uniforme azul.
-Veré qué sucede, debe ser un cargamento especial, y a las horas que llegan a molestar, uno no puede beberse su infusión de regaliz y rábano tranquilo sin que tenga que salir a enfriarse. –Maldecía un gnomo más viejo al identificar claramente el navío de guerra y todo el tiempo que perdería con ellos revisando la carga, su procedencia y todo lo demás.
Los gnomos dentados en general, no cuentan con guarniciones de guerreros en la isla. Son los debawneses quienes los resguardaban de todo peligro, su función sólo es de carácter policial o administrativa, el Archipiélago de la Mano tiene un sistema de gobierno muy eficiente radicado en su capital Quilpöros, ubicada en la Quinta Isla, cada isla está regida por un alcalde, o sea diez alcaldes bajo las órdenes de un gobernador (para asuntos comunes), que a la vez recibe órdenes de un senescal (para asuntos interiores), que a su vez recibe órdenes de un margrave (para asuntos exteriores), que a la vez está bajo las órdenes y consejos de tres altos sacerdotes con sus respectivos séquitos (sombríos representantes de las tres religiones dominantes en las islas), que a su vez reciben órdenes de un consejo de ancianos (la fuerza de la experiencia) y otro de elementales (el poder de la magia), que a su vez reciben órdenes de un Semiarcano, que a su vez rinde tributo de amistad al Imperio Debawnés, que a su vez es miembro activo de la Alianza Insular (el tributo de amistad es sólo para amarrar las alianzas, ya que el Archipiélago de la Mano se rige autónomamente).
El navío finalmente toca puerto bajando el puente, de él Däybidzzor con una gran sonrisa y sin decir nada desciende velozmente, y de golpe abraza al viejo Wonndäror, su eterno rival de niño, su antiguo compañero de magia, su inseparable hermano de aventuras. Wonndäror con una lanza en la mano, yelmo de bronce y cota de cuero, lo abraza estrechamente y sonriendo lo mira a los ojos y le da un pequeño cabezazo en la frente.
-Oh Däybidzzor, mi viejo gnomo… ¿y los demás chicos?.
-Tranquilo fortachón, ellos están bien, bueno la mayoría, eso sí, los conocidos, creo que tengo mucho que contarte.
-Ya lo Creo, pero primero que todo… bienvenido a casa, imagino que la chismosa de Gabrielle te contó lo del muchachito.
-Sí, que ganas de verlo, ¿sabes qué nombre le pusieron?
-Ups… arrójate al mar ahora mismo y quédate ahí… lo llamaron Rulpäzzor.
-¡¿Qué?!, ¿Cómo el loco de su tío?, ¡já! Esa si que estuvo buena, ésta Rummälina, ¿quién la entiende?, odia al loco de su hermano… y más encima lo honra.
-No hay que entenderlas amigo mío, sólo amarlas. Y además sólo es un nombre, no será un loco como tu cuñado sólo por llevar su nombre.
-Sí, tienes razón mi gran amigo.
-Ahora entrad todos a la torreta de guardia, beberemos algo caliente mientras conversamos, dile a estos… kligerianos por lo que veo, que todo estará arreglado, sólo cambiaré un par de palabras con el capitán del navío…y tranquilos, que yo llenaré los aburridos formularios (en realidad eso lo haría su oficial subalterno).
Wonndäror sólo tenía que hacer cuatro copias de tal mentado formulario. Debía poner la fecha, lugar, el origen del navío, el nombre del capitán, la carga, el destino del navío, entre muchas otras cosas. Wonndäror con una larga pluma en la mano derecha, no soltó nunca la jarra que tenía en la mano izquierda. Crepitando, la leña de la fogata intentó sobresalir, pero la bulliciosa llegada de Däybidzzor y los kligerianos a la torreta de guardia la terminaron por ofuscar. Muchas botellas se entrecruzaron en la larga mesa donde escribía Wonndäror, unas de origen kligeriano, otras catas especiales de la casa, y así por un poco más de dos horas el Antílope de la Llanura estuvo adosado a la pequeña hospitalidad del puesto de guardia. Rieron, bebieron, cambiaron especias y armas, llenaron papeles, se despidieron, bebieron un poco más, se volvieron a despedir. Los kligerianos no contaban que las torretas de guardia eran verdaderas tabernas en el Archipiélago de la Mano. Al capitán Noko se lo tuvieron que llevar a rastras, Wonndäror se quedó dormido sobre la mesa, mientras el joven Dungäzzor, un poco menos mareado que el resto, preparaba una pequeña carreta con dos porfiados borricos. Había que llevar todo el equipaje de Däybidzzor, era mucho más de lo que llevó, traía muchos presentes, entre ellos una mansa cebra y un colorido papagayo, a parte de muchos comestibles, toneles de cerveza, cofres de dinero, armas, decenas de libros y muchas maletas. Pero a Däybidzzor sólo le preocupaba los regalos para su familia. Y en ella se quedó pensando al subir a la carreta.

Subiendo por el camino del pelicano, en la calle del bacalao, en una colorida casita de maderones triangulares, el viejo Kulldäror terminaba de escribir. En realidad se había quedado dormido sobre la pequeña mesa, su dormitorio-escritorio, como él lo llamaba. Aquí inmortalizaba las andanzas de otros tiempos, cuando era más joven, cuando era más rápido (eran sus memorias, aunque un poco exageradas no dejaban de ser buenas). Ahora Kulldäror sólo era un viejecito dormitando en una mesa; soñando, añorando, cuestionándose. Entre dormido se preguntaba por Rulpäzzor; su hijo, sobre su gran dirigible, el grandioso Cormorán Dorado, y con estas imágenes plasmadas en sus recuerdos luchaba por despertar. Su hija Rummälina le cubría la espalda con una gruesa piel, y como todas las noches sacaba el plato y el tazón de sopa caliente que Kulldäror no alcanzaba a beber. Y mirando como la leve llovizna golpeaba el vidrio de la ventana, ella se preguntaba, ¿qué sería de los gnomos de su familia?, ¿de su hermano, de su esposo, de su sobrino?… ¿cuándo realmente madurarán?, aún Kulldäror a sus años se arrancaba a juguetear con sus amigos, aunque no iban muy lejos, viejos o no los gnomos dentados son todos iguales, un caso perdido, aunque a veces había excepciones.
El ruido de unas ruedas deteniéndose frente a la puerta llamó la atención de Rummälina. Su corazón comenzó a latir cada vez más fuerte, su nervioso instinto femenino le advertía de algo. Una luz de alegría y desesperación la obligó a abrir velozmente la puerta. En el umbral, una empapada sombra cargada de bultos la saludó.
-Amor mío… por fin he vuelto.
-Däybidzzor… cariño… oh mi amor. –Y Rummälina comenzó a llorar mientras lo abrazaba, en realidad casi lo estrangulaba. Däybidzzor aguantaba la respiración y soltando de a poco sus apretados brazos de él, la acurrucó junto a su pecho y la besó efusivamente. En ese beso resumía el dolor de todo este tiempo, eran tres años de congoja y desesperanza. Ahora entre recuerdos, lágrimas y risas eran uno solo. De vez en cuando paraban de besarse unos segundos para contemplarse y ver cómo las diminutas gotas de la lluvia recorrían sus cuerpos. A sus mentes venía el recuerdo del primer encuentro, de la escuela y de cómo casi milagrosamente el tímido Däybidzzor logró atraer el corazón de la arisca Rummälina, ¿qué fue lo que le vio? Se preguntaba la gente, si ella es de una familia tan temeraria y valiente, si ella es la hija del cascarrabias y la hermana del loco. Y ese mismo loco los presentó, y en el peor de los casos los enlazó. El viejo Kulldäror siempre se había opuesto a ello (en realidad lo hacía por molestar), pero lo de ellos, si que era una relación extraña.
El toser de Kulldäror, quizás de adrede, los hizo aterrizar de nuevo, recién allí se dieron cuenta que ambos estaban empapados. Rummälina rápidamente comenzó a entrar las maletas y los bultos, mientras Däybidzzor guardaba la carreta en el granero y acomodaba la cebra y los dos borricos. Como ardillas que apilan sus bellotas ordenaron en la sala el mojado equipaje. Rummälina en un dos por tres, ya tenía acostado al viejo Kulldäror, que roncaba plácidamente, Däybidzzor en tanto estaba todo complicado viendo dónde hacía dormir al somnoliento papagayo. Rummälina más ágil que él ya preparaba el lecho. Toda la resignación que le había carcomido por dentro tantos años comenzó a desaparecer. Ya estaba lista, entera y ardiente para recibir a su amado esposo, tres años de espera y él todavía de un lado a otro con el tonto papagayo. En un momento Däybidzzor quedó frente al dormitorio de los chicos, y no pudiendo aguantar hasta el otro día, decidió echar una miradita. Entró dejando a un lado al pajarraco, al ingresar al cuarto se quedó inmóvil observando hacia ambos lados, sentía ganas de gritar, de llorar, de reír, había enfrentado a la muerte en innumerables ocasiones, y solo los dioses saben por que lo traían de vuelta, todo el sacrificio que había hecho por su familia estaba pagado, ser padre era lo mas grande que le había tocado vivir, y se juramentó que nunca más volvería a estar ausente en la vida de sus hijos. Al avanzar unos leves pasos, una luz de regocijo y asombro le iluminó su asombrado rostro, no podía creer lo mucho que había crecido Nandörinna, ella ya era toda una señorita, en unos años más hasta podría contraer nupcias, pero lo mejor de todo aun, estaba al otro lado de la habitación. En una rustica cunita, tapado y cubierto cual oruga en su crisálida estaba el pequeño Rulpäzzor. El primer impulso fue tomarlo en brazos, pero el pequeño gnomo dentado estaba en un hermoso sueño, Däybidzzor ahora si que estaba feliz, una lágrima rodó por su mejilla, su linaje seguiría, ahora tendría un sucesor en sus viajes; su hijo Rulpäzzor y su patronímico paterno Däybidzzorgnom auguraban una futura vida de proezas para el pequeño que en estos momentos solo quería jugar y ser amado. Y también se ilusionó con una hija que lo llenaría de nietos, y de biznietos y sería eternamente un agradecido de la vida y de los dioses. Limpió sus lágrimas que aunque estuviesen saladas dejaba que se reciclaran en su boca para que volvieran a brotar, y de a poco él fue retrocediendo hasta la puerta, suspirando complacido, sus hijos, su mujer, su… ¡papagayo! ¿Dónde estaba el mentado pájaro?… y allí lo divisó, estaba dormitando en el perchero del abrigo de Kulldäror. En fin el ave ya había encontrado donde dormir, y Däybidzzor no paraba de pensar en la carita que iba a poner el pequeño Rulpäzzor cuando lo viera.
-Mi hijo, mi pequeño, por fin te podré abrazar, por fin te podré decir te quiero.
-Quítate esa ropa mojada Däybidzzor amor mío, ven a descansar, mañana será otro día y después de tres años esta noche será muy larga.
Däybidzzor sonrió maliciosamente. Comenzó a apagar las últimas velas y luego corrió a su dormitorio junto al amor de su vida, su corazón ahora sí que estaba feliz, después de tres años sus lazos de amor nunca se rompieron, después de tres años de ausencia iba a dormir la primera noche en su hogar. Däybidzzor había vuelto a casa.